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Promedio anual de precipitaciones

A pesar de que la cantidad de precipitación total constituye un indicador muy relevante para comprender muchos de los rasgos fundamentales del clima aragonés, igual o mayor interés tiene el hecho de conocer su distribución y régimen estacional. De hecho, a la escasez pluviométrica que caracteriza buena parte del territorio se une un régimen de precipitaciones que puede calificarse como equinoccial marcado por dos periodos máximos de lluvias en primavera y otoño, separados, a su vez, por mínimos en verano e invierno.

Así pues, los meses estivales resultan pobres en lluvias como consecuencia del predominio de la estabilidad atmosférica derivada de las condiciones anticiclónicas que caracterizan en verano a los climas mediterráneos. La baja pluviometría tan solo se ve alterada por la generación de fenómenos convectivos, tormentas,, que aunque de carácter local contribuyen a hacer menos acusado el mínimo pluviométrico estival. Especialmente en puntos como las depresiones interiores del Sistema Ibérico, donde la precipitación de los meses de verano puede llegar a suponer una tercera parte de la total anual. Casi 40.000 km2 del territorio aragonés reciben en verano menos de 150 mm de precipitación lo que conlleva un importante déficit hídrico y una elevada aridez.

En otoño, el progresivo repliegue hacia el sur del anticiclón de las Azores favorece la penetración de las borrascas procedentes del Atlántico, lo que se traduce en un aumento generalizado de las precipitaciones en todo el territorio aragonés. Además, durante el otoño también resultan habituales fenómenos como las Depresiones Aisladas en Niveles Altos, popularmente conocidas como gotas frías,, que pueden llegar a traducirse en precipitaciones de carácter torrencial superiores a los 100 mm en un periodo inferior a las 24 horas y que suelen afectar a todo el conjunto de la región, pero muy especialmente a su tercio oriental y en su sector turolense, el más expuesto a la influencia mediterránea.

Conforme avanza el invierno, el predominio de la estabilidad atmosférica derivada de las condiciones anticiclónicas que caracterizan esta estación, provoca que las lluvias disminuyan sensiblemente, haciendo del invierno un período seco casi comparable al verano. Así, los aportes de precipitación rondan el 25% del total anual, resultando incluso inferiores al 20% en la Depresión del Ebro y en las partes más bajas del Sistema Ibérico. Por su parte, en las cumbres de los Pirineos y el Sistema Ibérico, especialmente en aquellas que presentan mejor exposición a los frentes húmedos del oeste, las precipitaciones invernales pueden llegar a suponer hasta el 30% del total anual.

Por último, la primavera suele ser una estación sujeta a fuertes contrastes, con periodos de estabilidad anticiclónica alternados con otros en los que Aragón se ve atravesado por sucesivos sistemas frontales que generan precipitaciones más o menos importantes.

Fuente:

Creador: Miguel Ángel Saz, Martín de Luis y Roberto Serrano-Notivoli. Departamento de Geografía y Ordenación del Territorio de la Universidad de Zaragoza

Publicador: Dirección General de Cambio Climático y Educación Ambiental del Departamento de Agricultura, Ganadería y Medio Ambiente del Gobierno de Aragón.

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